Por Pablo Figueroa

Me encantó mucho de Elvis la forma en que se presenta a este “desconocido” cantante que escuchaban los abuelos. Sí. Los padres de hoy son fan de Queen, no de Elvis. La última vez que estuvo en las masas es en una exitosa reversión de A Little Less Conversation… En lo personal una afrenta. Lo metieron en un paquete para ser vendido a la juventud y era el gancho para el disco de éxitos.

La película sabe de ello y a modo revancha, busca saldar cuentas con un personaje casi olvidado.

En ese ritmo vertiginoso de los dos primeros actos, dónde solo da un respiro para recalcar dos momentos bisagras: la muerte de su madre y cuándo logra su plenitud artística entre el show de Navidad y Las Vegas, no va a la segura.

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Aunque este Elvis es más Cobain que lo que se ha escrito de él, se deja claro que era inocente, pueblerino y el bagaje de criarse entre negros le dio el fuego para brillar. No están los clásicos fijos cómo un Love Tender, a cambio otros clásicos que difícil podrían pegar en una ola nostálgica. Están sus letras de contracultura cantadas hace casi 70 años. Es ahí dónde la película brilla.

No busca cobrar a base de nostalgia, sino que presentar a un nuevo público de un hombre que es universal. Elvis no inventó nada porque nunca fue dueño de nada. No tenía poder sobre su vida, su carrera y su arte, siendo una especie de Cenicienta.

Punto aparte para el villano encarnado por Tom Hanks (primera vez en su carrera). Elvis, más que un homenaje, es un intento de revancha para ese “fetiche” de mal gusto del que se burlaba Eminem. Ahí está para un niño de 13, uno que podría estar empezando a escuchar punk aquí puede descubrir que el cabro del traje blanco era muy rebelde y tenía unas pelotas enormes.

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