Por Pablo Figueroa
Foto: Agencia Uno

“No llenan ni un ascensor” es una frase en broma que se dice a veces en el mundo de las productoras para ciertos artistas que suenan en las radios pero que no convocan público a sus conciertos. Hay muchos de ellos en los ritmos urbanos, un género que llena de vistas y escuchadas en plataformas pero su público no está dispuesto a pagar por verlos.

En este ambiente, Daddy Yankke va contra la corriente. Es su sello desde el inicio. Es el líder indiscutible de la música latina de este milenio. Mantiene su corte de cabello, sus gafas su auto referencia y sus directos son energía pura.

Las dos jornadas en el Movistar Arena son la prueba real que “The Big Boss” es como el llanero solitario cabalgando en la lucha de la validación artística de un género que hoy tiene como regla “parecer más que ser”. Su directo en Santiago sumó al clásico “DJ” que ve las pistas grabadas, a una banda con teclados, batería y un hombre para las cuerdas. Además de dos coristas y un cuerpo de baile.

La voz de Daddy Yankee está a la altura de la energía, canta lo que puede y lo hace bien y sus coristas van por los falsetes. Las pistas grabadas de voces están bien escondidas y las canciones son solo éxitos, uno tras otro. En algún momento llega el juego de los celulares, popularizado para los chilenos en su primera actuación en Viña del Mar. Su arma secreta es su talento para las rimas y lo ocupa en los momentos que el ritmo lo requiere.

Tras una hora y cuarenta minutos de concierto, el artista se da el lujo para entregar una veintena de canciones en el que su disco “Mundial” se ve relegado. Un show que deja la sensación de auténtico y que va contracorriente. Mientras el mundo se rinde a los ritmos urbanos, el que lo inició todo parece navegar solo en barco que es mucho más trascendente en el camino largo.

Puede que no sea cabeza cartel de Lollapalooza París como Bad Bunny o amado en Europa como J Balvin, pero su arrastre en Latinomérica es incontestable. Larga vida al rey del reggaeton en su solitaria lucha, en la que sabe cimentar con buenas canciones pop y una defensa de éstas en vivo con la ambición de un gran artista y no como una figura prefabricada.

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