Por Guillermo Pérez
Agencia UNO

Es probable que el contundente triunfo de Sebastián Sichel en las primarias de Chile Vamos le dé un respiro al conglomerado de aquí a las elecciones parlamentarias y presidenciales. Sin embargo, nada asegura que su candidatura pueda sacar a la derecha de la crisis en que está inmersa desde el estallido social hasta la fecha. De este modo, el optimismo que el domingo inundó a ciertos grupos del sector debe convertirse en una sana actitud de cautela frente al triunfo y de exigencia al ganador.

Quienes votaron por Sichel no pueden olvidar que él ganó la primaria de la derecha tomando distancia de ella y de su vínculo con los partidos del sector. Sin embargo, el candidato de Chile Vamos haría bien en recordar que sin esos partidos que tanto critica no podrá gobernar. Aunque hoy estén por los suelos, Sichel los necesita si quiere ofrecer algo así como un mínimo de estabilidad para el país. Es más, su tarea principal en el corto plazo debiese consistir en aunar fuerzas para intentar reconstruirlos de cara a las elecciones que vienen en los próximos meses.

Quizás el discurso independiente le sea útil para ganar en noviembre, pero después arriesga traer consigo vacío, confusión y desacuerdos. Dicho de otro modo, Sichel no puede comenzar como Sebastián Piñera, ensimismado, cerrado en su círculo de hierro e impermeable a cualquier influencia externa. Por el contrario, el actual candidato tiene que lograr lo que su tocayo presidente nunca hizo: generar y sostener lealtades firmes dentro de toda la coalición, construir redes amplias que le permitan dialogar de mejor forma con quince gobernadores en contra, un Parlamento que a todas luces será opositor y una Convención donde predominan los grupos de izquierda más disruptivos. Sin dudas esta será una tarea colosal para cualquiera que lleve la banda presidencial, pero puede llegar a convertirse en imposible si es que el ganador de la primaria no logra construir un bloque alineado detrás de su figura.

Para conseguir ese objetivo es necesario que tanto los partidos de la coalición como Sebastián Sichel hagan esfuerzos importantes en esa dirección. La UDI, RN y Evópoli deben tener en consideración que la derecha necesita algo más que un buen caudal de votos para reconstruirse. Esto es indispensable, pues la esperanza que trajeron los resultados de la primaria se desvanecerá si es que no existe un proyecto fundado en un diagnóstico acorde al Chile actual. Es ahí, en la capacidad de la derecha para construir un relato que apele directamente a la ciudadanía y logre sintonizar con sus problemas cotidianos, donde el conglomerado se juega nada menos que su propia supervivencia. Esto implica, además, no ceder a la tentación de rendirse al ganador de la primaria sin exigirle nada a cambio, o de reducir las negociaciones entre partidos a la repartija de cargos en que suele convertirse el Estado luego de cada elección presidencial.

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Por su parte, Sichel no puede replicar el error de Sebastián Piñera y debe tomarse en serio los graves problemas que atraviesa el sector que hoy representa. En su campaña de 2017, Piñera señaló que se proponía sumar nuevas visiones y sensibilidades a su gobierno, en un claro reconocimiento del déficit político que había afectado a su primera administración. Sin embargo, el tiempo fue mostrando que el objetivo principal de estas declaraciones era conquistar al esquivo electorado de la primera vuelta. Así, apenas se sintió seguro de su triunfo, Piñera incorporó a los miembros de su fundación al comité político y prescindió de cualquier cosmovisión que pudiera hacerle algún tipo de contrapeso a ese selecto grupo. Fiel a su estilo, el piñerismo replicó una vez más el mantra que lo llevó al abismo: las ideas ya están y solo basta ejecutarlas.

Por lo mismo, a estas alturas de la historia, los discursos de Sichel sobre el malestar deben ir más allá de las cuñas o el sentido pragmático para ganar adeptos en tiempos de incertidumbre. Y dependerá del propio Sichel derribar los fantasmas de quienes han criticado su cercanía con los sectores más liberales del mundo empresarial. 

Es fundamental, entonces, saber si el ganador de las primarias está dispuesto a hacer esfuerzos para incorporar en su campaña a las sensibilidades de la derecha que se distancian de esos grupos y que el piñerismo constantemente excluyó. Esto no se explica solo por razones de estrategia política: para descifrar el difuso malestar, para construir un diagnóstico propio sobre los problemas sociales y procesarlos de forma adecuada, no es suficiente con la derecha liberal, el piñerismo y los sectores atrincherados.

Hay que aunar voluntades, estar dispuesto a ceder, escuchar a los partidos, al resto de los candidatos presidenciales y, sobre todo, a una sociedad enrabiada que anhela tanto cambios profundos como estabilidad y seguridad en la vida cotidiana. Esto implica tomarse en serio un conjunto de problemas a los que la derecha nunca ha prestado suficiente atención y que hoy, en un escenario en que se han tomado los debates, no ha tenido forma de responder. Descentralización, medio ambiente y pueblos originarios son solo algunos de esos temas. En todos ellos es fundamental construir alternativas robustas desde la propia identidad de la derecha, que se diferencien de las premisas y propuestas que abundan en la oposición.

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Aunque en la actualidad hay múltiples factores en juego, y considerando que de aquí a noviembre puede correr mucha agua bajo los puentes, el éxito de un potencial gobierno de Sebastián Sichel parece estar sujeto, entre otras cosas, a no cometer el error de repetir el guion del actual presidente. A pesar de que ciertos sectores del mundo piñerista se atribuyen el triunfo de Sichel y señalan orgullosos que “Piñera ganó dos veces y dejó a un ex ministro en carrera”, el candidato presidencial debe ser el primero en reconocer que seguir ese modelo solo será tierra arrasada. Si quiere gobernar, Sichel debe alejarse del manual del piñerismo, cueste lo que cueste. La derecha no tiene margen de error y su candidato presidencial debe actuar en consecuencia.

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