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Columna de Mario Saavedra: Latam-GPT, soberanía digital en un país con Wi-Fi que se corta cuando llueve

Latam-GPT quiere hablar en español y con chilenismos, pero la gran duda es si tendremos la infraestructura —y la cultura— para usarlo bien.

Hasta hace poco, hablar de inteligencia artificial era hablar de Silicon Valley, de los papers de Stanford, de las obsesiones de Elon Musk o de los comunicados de prensa de Google y OpenAI. Pero ahora resulta que, desde Ñuñoa, aparece un proyecto que parece sacado de un capítulo alternativo de “31 Minutos”: Latam-GPT, un modelo de lenguaje abierto, colaborativo y con acento latino. Y no, no es chiste: lo impulsa nada menos que el CENIA (Centro Nacional de Inteligencia Artificial) en Chile.

Que quede claro: esto no es menor. Por primera vez, se habla de independencia digital desde nuestra esquina del mundo. Una IA que no solo traduce “sopaipilla” como “pumpkin fritter”, sino que entiende la lógica cultural detrás de la piscola, el carrete y el “ya, pero si no resulta lo arreglamos con scotch tape”.

La idea de fondo es poderosa: no depender de lo que nos quieran dar las big tech, que siempre priorizan inglés, mandarín y los euros en publicidad. Latam-GPT podría ser la primera IA pensada por y para nuestra región, entrenada en español, portugués y con datasets que incluyan nuestras propias realidades, no solo la de los suburbios de San Francisco. Imagina un modelo que entienda lo que significa “irse de tarro” en un chat, o que pueda redactar un informe sobre la sequía chilena con datos locales en vez de citar papers de Iowa. Un modelo que, en vez de recomendarte ir al Walmart más cercano, te sugiera la feria de tu barrio.

Pero claro, la realidad chilena golpea la mesa y nos recuerda lo que cuesta jugar en esa liga. En temas de infraestructura, Silicon Valley quema millones de dólares diarios solo en GPUs, mientras nosotros todavía celebramos cuando la página del DEMRE aguanta más de 30 mil postulaciones sin caerse. En financiamiento, en EE.UU. los modelos se financian con rondas de 500 millones de dólares, mientras en Chile seguimos discutiendo si se sube o no el presupuesto de Conicyt (perdón, ANID) para financiar papers que nadie fuera de la academia lee. Y en ética y datos, la gran pregunta es: ¿qué dataset vamos a usar? ¿Comentarios de Facebook en páginas de noticias? Si es así, Latam-GPT va a terminar creyendo que el 5G activa el chip reptiliano o que los terremotos son castigos divinos.

Dicho eso, hay un lado lindo y uno peligroso en todo este asunto. Lo lindo: Latam-GPT podría democratizar la IA en español. Imagina tener un asistente digital que realmente entienda cómo se tramita en Chile un permiso de edificación, o que entienda la diferencia entre un “carrete piola” y un “carrete cuático”. Lo peligroso: que terminemos replicando los mismos vicios de siempre, con ese clásico “anuncio con bombos y platillos”, la foto con autoridades sonriendo, hashtag bonito… y al año siguiente el proyecto duerme en un cajón porque cambió el gobierno, la autoridad de turno o la prioridad política.

Y aquí aparece el contraste cruel: mientras soñamos con una IA latinoamericana, la mayoría de los chilenos sigue peleando con el Wi-Fi de la micro, con planes de celular que se acaban en un par de reels, o con la fibra óptica que se corta cada vez que cae un chaparrón en Santiago. Queremos soberanía digital, pero aún no tenemos soberanía en la conectividad básica. Es como querer construir un telescopio espacial en el patio de la casa, pero seguir calentando agua con hervidor porque nunca instalaron el calefón.

Latam-GPT también nos pone frente a un espejo incómodo: no basta con decir “queremos independencia tecnológica” si no resolvemos antes la educación digital de nuestra gente, la infraestructura mínima y, sobre todo, un marco ético y regulatorio sólido. Porque tener nuestra propia IA suena bonito, pero sin reglas claras podríamos terminar creando un monstruo igual o más opaco que los que ya existen. Y ojo: la independencia tecnológica no es un capricho. En un mundo donde los datos valen más que el cobre, no tener soberanía digital es casi como no tener soberanía territorial. El problema es que acá seguimos discutiendo sobre la condonación del CAE, mientras en otros lados ya piensan cómo gobernar inteligencias artificiales que podrían decidir elecciones.

Por todo eso, Latam-GPT es un tremendo primer paso, y debemos celebrarlo. Porque por primera vez en mucho tiempo, Chile aparece en la conversación global no solo como consumidor pasivo de tecnología, sino como creador. Pero ojo: el verdadero desafío no es técnico, es cultural y político. La pregunta clave no es si podemos hacer nuestra propia IA, sino si seremos capaces de usarla bien. Si lograremos poner reglas, culturizar digitalmente a nuestra población, enseñar desde el colegio qué significa entrenar un algoritmo y por qué los datos importan tanto como el agua.

Mientras tanto, disfrutemos el simbolismo: esta vez, desde Ñuñoa al mundo, la inteligencia artificial empieza a hablar con chilenismo. Y si todo falla, al menos tendremos un modelo que entienda que la marraqueta caliente con mantequilla es patrimonio nacional.


Mario Saavedra, conocido como @MacGenio, es especialista en temas de tecnología y cultura digital.